Saudade é nossa alma
dizendo para onde quer voltar .
(Rubem Alves)
Un ruido grande y seco me levantó de la silla donde tranquilamente tomaba el cafe de la mañana. Después de buscar su procedencia mirando hacia todos los puntos cardinales posibles, comprobé que el techo de la terraza estaba abombado en la parte izquierda, sobre mi cabeza. La vecina está en apuros, sospeché. A veces la sentía reprimir sus sollozos y la imaginaba como una Penélope mirando el mar, esperando el regreso de un barco a sabiendas naufragado. Subí las escaleras sin pisar los escalones, presintiendo una barbaridad fruto de su interminable melancolía. Llamé a la puerta, varias veces. Apareció con la mirada anclada a una vela inexistente. Tenía el ojo izquierdo lastimado, inflamado y ensangrentado. Con la confianza que nos unía, me invitó a entrar. La casa olía a desdén, a cajones reventados de recuerdos; entre depresión y depresión me confesaba que no tenía hogar. Ya en la terraza, señalando el suelo con media mirada, asistí al espectáculo más increible de mi vida: un lagrimón del tamaño de diez años yacía como un meteorito gelatinoso en el lugar del impacto. Abracé el alma de Soledad con ternura y aliviada pensé ¡Al fin has abortado una parte de tu congoja!. El tiempo no cura las heridas, dijo desolada contestando a mis pensamientos. Sólo las remienda, añadió al cabo de unos segundos, estirando los labios en amarga sonrisa. Y una vez más aprisionó el llanto detrás de los párpados. Y comprendí el sentido de las enormes bolsas debajo de sus ojos.